«Después de relajarme en Figueras y llenar mi buchaca con deliciosos alimentos, decidí explorar la Ruta Transpirenaica. Salí de la ciudad y me adentré en el corazón de la naturaleza.
El paisaje que me rodeó fue simplemente impresionante: montañas verdes, valles tranquilos y un cielo azul que parecía tocar las cimas. Me fui sintiendo cada vez más conectado con la tierra y su belleza.
Y luego, de repente, aparecieron unos perros ovejeros que me hicieron sonreír con sus caras felices y curiosas. ¡Fue un momento verdaderamente mágico! La naturaleza, la tranquilidad y la alegría de esos animales me dejaron sin aliento: fue muy, muy bonito.»